Es el día de la Fiesta nacional de nuestra patria, el día de la Guardia Civil, el día de la Hispanidad… Pero para los amantes de la caza, ese mundo invisible a muchos, es también el día grande del año, el día de la apertura de la veda general.
Todavía recuerdo cuando niño como el día de antes de empezar una temporada, no dormía. Esa sensación de pensar en el día siguiente, verte en el monte lleno de chaparras, con olor a tomillo, el estruendo de los tiros, el galopar de los perros, producían en mí, unas ganas inmensas de que llegase el momento.
Bastante tiempo después esas
sensaciones siguen en mí, quizás ahora, todavía más acentuadas. Ese amanecer
del primer día, esa sensación que te invade, esa esperanza de vivir innumerable
lances, ese café amaneciendo…
La caza no es lo que la gente piensa. La muerte de la pieza es el instante final de la cacería, sin ella no tendría sentido la misma. Irremediablemente la acción de cazar, debe terminar en la muerte del animal. Pero, como cualquier cazador sabe, esa muerte no es ni mucho menos lo más importante de la actividad venatoria. Me atrevería a decir, que es el menos importante de los momentos… Decía Félix Rodríguez de la Fuente, “no mates caza, porque no es lo mismo matar que cazar”. La persecución, el acoso y a muerte de la pieza, siempre han exigido del cazador, esfuerzo físico y agudeza mental. Y en cuanto al ejercicio de la caza contribuya a desarrollar tus músculos y a desarrollar tus sentidos, será para ti una actividad noble y deportiva, regida por la eterna ética biológica. Una sola pieza que te exija, una tarde entera de persecución, una penosa espera desafiando al cierzo o un laborioso cálculo de estrategia cinegética, representará más alta conquista y más provechosa satisfacción que cien infelices animales derribados con comodidad y sin fatigas.
El ritual que se consuma cuando
se dispara a una pieza es quizás mucho más bonito que el lance en sí. Cobrar la
pieza, acariciarla, meterla al morral, son placeres superiores para cualquier
cazador..
Los indios Cherokee rezaban antes de la cacería. Rezaban a las montañas, al rio y al viento para el éxito. Después de cazar un animal pedían perdón a los dioses por haber tomado su vida.
Por tanto esa escena postrera que
da fin a la cacería, en la que la piel del animal aparece mancillada por la
sangre, debe convertirse en una especie de veneración… El buen cazador no puede
querer la muerte del animal si se la regalan, DEBE GANÁRSELA.